Tres despedidas y un adiós

(Primera)

Un día se fue su amante.

Fue una mañana gris de verano, junto al mar tumultuoso y empedrado. Lo vio alejarse hasta el final del corredor zigzagueante de un hotel de glamour tardío, de alfombras oscuras y sucias, de cortinas gruesas que salvaguardaron durante horas la oscuridad de su partida.

 [La Fuerza – la fuerza femenina sobre el león rige la partida, el animal a la altura de la pelvis se somete pacíficamente al llamado de la conciencia]

(Segunda)

Después partió el hombre que ella amó.

Fue en una noche de cielo sin estrellas, en montañas frías andinas envueltas en el incesante canto de los grillos, al calor de la hoguera en la maloca, en vigilia del Taita de múltiples rostros y formas. Se fue sin sentir plenamente el sabor amargo que sana y el polvo verde que endulza la palabra.

 [La Torre – la torre con una puerta verde entreabierta y adornada por la luna invita a recordar que la intuición habita también el cuerpo mismo]

(Tercera)

Más tarde vio partir al compañero de sueños.

Fue en una tarde de otoño junto a un piano silencioso, sentados en dos sillas abandonadas en una estación de tren lejana, que iluminada tenuemente anticipaba el frío y el silencio del viaje hacia la tundra. Mientras el tren se alejaba, más intensamente sentía ella el desprecio de su mirada.

 [El Carro – el carro avanza decisivamente hacia el éxito, pero las señales no pueden pasarse por alto, la inflexibilidad y la imprudencia pueden desviarlo a una cima temporal y marchita]

(El adiós)

Por último, se desprendió del hijo parido.

Fue en una alborada celta, en medio de rituales teatrales interpretados por juglares gaélicos y comparsas extranjeras. Al final del último acto, – custodiada por las Tierras Altas – dejó ir el fruto de la semilla amazónica, soltándolo también a él y regresando finalmente a ella.

 [El mundo – el mundo es la mujer desnuda y plena, la realización suprema. Ella se libera de la autodestrucción y empieza a entrever el profundo sufrimiento en el otro]