Nada lo ha golpeado tanto como los eventos de aquel día con su noche.
El día que se condenó culpable porque lo era.
El día que le sigue y le persigue como si fuera casi su sombra.
El día que descubrió a la palabra que el corazón palpita y a la voz que el silencio encarna.
El día que como un fantasma se esconde detrás del micrófono, se atrinchera en la geografía de ese campo sonoro que él mismo crea y recrea.
Para protegerse de los asaltos de aquel día, ha soñado con el refugio cálido del vacío en donde el sonido no habita.
Perdido se ha encontrado entre las olas del mar acústico que el monstruo liberado sin descanso comanda.
Ha creado un mundo de incontables ondas sonoras habitado sólo por sus oídos. Allí, eficientemente, se ha acostumbrado a separar el doloroso ruido de los laberintos abstractos de la música.
Con éxito ha logrado sanar a seres que desde el sonido lloran.
Se ha acostumbrado a habitarlo, temporalmente, pero a salvo.
A salvo, lejos de las imágenes verdes que en el mundo visible lo embisten, lejos de la vergüenza que le produce el monstruo que liberó hace ya tantos años, y que aún sigue libre entre las cavernas de su inframundo.